domingo, 25 de marzo de 2012

Símil

-¡Vayámonos ya!
Odiaba que tardara tanto en montarse en el maldito coche siempre que iban a cualquier sitio, simplemente no soportaba esperarlo en el asiento del copiloto viéndolo volver una y otra vez a la casa, para recoger alguna cosa olvidada, comprobar que todo quedaba correctamente o cerrar con llave la puerta ya cerrada. Aún así lo quería pacientemente.
-Por fin, ya está todo...-dijo mientras entraba en el coche y se ponían en marcha.
Ese viaje era importante, no porque fuera el primero ni el último, era un viaje de efemérides, era un viaje de aniversario. Justo ese detalle lo hacía poco especial. Aún así lo quería diariamente.
-¿Llevas los billetes?- él asintió.

Como en todas las fechas importantes, en cuanto a su vida conyugal se refería, empezaba a recorrer la historia que ambos habían vivido. Desde el primer momento en que lo conoció supo que quería tener algo con él.
Tenía los ojos verdes más verdes del mundo, la sonrisa más brillante que el más caro dentista podía conseguir y el cuerpo más bonito que una considerable inversión de horas podía construir. Desde el segundo mes de cenas, canciones y polvos supo que quería compartir casa con él.
Sabía desenvolverse, era culto, era de un simpático capaz de robarle una sonrisa a la persona más difícil, tenía la palabra "estabilidad" escrita en la frente. Desde el tercer "Te quiero", desde la cuarta pelea o desde la quinta reconciliciación  supo que quería una vida junto a él.
Tenía una vida perfecta, no podía contarle lo que había hecho justo la semana pasada. Tras haberlo llamado a su habitación de hotel, donde expuso la enésima conferencia, llamó al otro.

Los besos de su marido sabían a futuro, a virtud y a aire. En cambio los besos del otro sabían a pasado, a pecado y a cárcel. El sexo con su marido eran medicina, el sexo con el otro era droga. Cayó en la cuenta que se había procurado una vida de anuncio, cuando lo que más ansiaba era una muerte de tragedia.

sábado, 3 de marzo de 2012

Pareja

Abril despertó a la mañana siguiente, no había dormido nada, nada bien mejor dicho. Regateó con sus horas de sueño a cambio de una larga meditación interrumpida por pequeños capítulos de sueño ligero y periodos de excitación llena de culpabilidad.
Esa meditación contenía infinidad de preguntas, ¿cómo había sido capaz de haber usado ese número de teléfono, el que atesoraba desde tiempos inmemoriales en su móvil? ¿que locura sin nombre la había arrastrado a llamar a "Piernas"?
Abril tenía la extraña costumbre de guardar los teléfonos de sus chicos de una noche, no por sus propios nombres, sino por la parte del cuerpo que la enamoraban instantáneamente a la luz artificial de los garitos que frecuentaba. En la guía del móvil tenía decenas de "boca", de "nariz", de "manos", de "culos" pero sólo uno llamado "piernas". Eso lo hacía especial.

La noche anterior decidió no salir con sus amigas, estaba demasiada cansada de la noche aunque hace tiempo que hasta el día le hastiaba. Se quedó en casa, intentó ver una película, leer un libro, escuchar discos de antaño incluso dio mil vueltas en la cama pero cayó en la cuenta de que lo que más le apetecía en ese momento era conducir.
Se entregó a la conducción automática durante dos horas, inconscientemente se le olvidó poner la radio, el metálico sonido del motor era su copiloto, y de forma subconsciente llevó a cabo una macabra procesión por aquellos sitios que escribían su pasado: la primera casa donde vivió, la casa de campo donde pasaba los veranos, la acera donde dio su primer beso... ; da pavor ver que toda la historia de tu vida se puede recorrer en dos horas de coche.
Paró el coche en la cuneta, se miró a los ojos en el espejo retrovisor como si intentase resolver una de esas dudas que fundaron la filosofía humana, sólo mirando su propio reflejo en sus ojos. Cogió el teléfono y marcó.
-¿Si?
-No puedo dormir, nos vemos en veinte minutos.
Colgó, sabía que así no daría espacio a la negativa.

Llegó a su destino, subió la escalera y "Piernas" le esperaba con la puerta abierta.
-¿Pero qué...?
Tampoco dejó tiempo a la replica y se zambulló en su boca como te lanzas al mar el primer día de verano. Él respondió con una oleada de besos pidiendo pelea, con unos mordiscos que sabían a espuma y con un calor ardiente de Sol de agosto. Decidieron derretirse arrastrándose por el suelo hasta que llegaron a su cama para así poder absorberse el uno al otro.

A la mañana siguiente Abril despertó, sin haber dormido nada. Se levantó, comenzó a recoger su ropa repartida por toda la casa y cuando estaba a punto de salir por la puerta:
-¿A dónde vas? Podrías quedarte...
-No, con el tiempo me he dado cuenta que no me gusta quedarme en un mismo sitio. Aunque si tener un sitio al que volver...